Existen diversos
ejemplos de viajeros, los que demandan la original naturaleza, hay otros que investigan
las diferencias que ofrecen las culturas, otros que buscan acontecimientos que
se dan en determinadas fechas y aquellos que se enamoran de la arquitectura del
lugar. Si somos de aquellos que vamos mirando hacia arriba y los detalles de
cada obra arquitectónica, como si en otra vida hubiéramos sido arquitectos, seguro
que varias veces hemos quedado enamorados de edificios de estilo
Art Nouveau.
El Art Nouveau o arte nuevo surgió en Francia a finales del siglo XIX
y trascendió hasta las primeras décadas del siglo XX. Buscaba crear un arte
diferente al que estaba acostumbrada la población de la época, y resaltó
notablemente en la arquitectura; pero también se hizo presente en otras artes
como el diseño gráfico y el de objetos de uso diario como los muebles,
lámparas, vidrio, telas, herrajes, cerámica, joyas, entre otros.
Este movimiento debe su
nombre a la exposición que realizó Munch en la galería parisina “La maison del
Art Nouveau”. Se extendió rápidamente por Europa y América, por lo que es
llamado por diversos nombres según el país: en Bélgica y Francia es llamado “Art
Nouveau”, en Inglaterra “Modern Style”, en Italia “Floreale”, en Alemania
“Jugendstil”, en Austria “Sezession” y en España y América es conocido como
“Modernismo”.
Este nuevo estilo se caracteriza por su inspiración en la naturaleza,
formas orgánicas, el uso de imágenes femeninas, líneas onduladas, ornamentos
florales y por darle un valor estético a los objetos más comunes.
El Art Nouveau le dio un
cambio a la joyería de la época, que seguía utilizando el estilo “Isabelino”.
Ahora se empleaba el esmaltado, ópalos, piedras semipreciosas, y se había
creado un interés por el arte japonés. Además se pretendía dejar de ver a las
joyas como simples objetos; por lo que el trabajo de los joyeros consistía en
crear diseños artísticos para obtener una joya-arte.
Las joyas modernistas están
hechas con hierro, cobre, plata, cristal, vidrio, ámbar, marfil, piedras de
colores, y son muy pocas las que llevan diamantes, pues lo que se busca es
resaltar el valor artístico de la joya.
Entre los representantes de
este nuevo movimiento se encuentran: Louis Gautrait, Durand-Leriche, Henri
Teterger, Henri beber, Eugène Tourrete, Luis Masriera y los talleres de Fleuret
y Marcel Bing, Bucheron, Després, Fouquet, pero quien le dio inició fue el
joyero francés, René Lalique, quien hizo predominar a la naturaleza en cada una
de sus piezas.